
Cuando lanzaron la línea de ropa hecha con nanotecnología, que podía cambiar de forma, se produjo una revolución en la industria de la moda. Los diseños más osados seguían valiendo miles de dólares, pero se podían descargar digitalmente igual que una película, o una canción. Rápidamente esa tecnología empezó a encabezar los ranking de los artículos virales que buscaban los 10 mejores gadgets sacados de los comics y la ciencia ficción. Por su parecido evidente toda la gente le llamó el traje de Venom, aunque sus creadores nunca dejaron de llamarle por su nombre comercial, NeoSkin.
Cuando lanzaron el traje de Venom, casi nadie advirtió que sería una de las cincuenta maneras en que podíamos caer en el hiper-fascismo.
Los precios bajaron y millones de personas en el mundo tenían su traje nanotecnológico, y las tiendas de ropa empezaron a cerrar. Los escépticos eran cada vez menos. Cuando sacaron el modelo dos, que podía interactuar con los receptores tactiles de la piel, poca gente pudo prever que tendría aplicaciones más allá de los juegos de realidad virtual.
Pero no tardaron en aparecer aplicaciones para la simulación, la educación y la capacitación, y el uso del Venom se empezó a masificar aun más. Y nuevamente casi nadie pudo advertir que sería una de las cincuenta maneras en que podríamos caer en el hiper-fascismo.
Y un día los mil quinientos millones de trajes activos en el mundo recibieron una actualización de seguridad. Había que autorizarla personalmente, pero se trataba de un nuevo paquete de salud, por lo que tuvo buena aceptación. Una ola de arritmias, hipertensos y diabéticos de nuevo diagnóstico vino a revolucionar completamente los sistemas de salud. Un video viral de un traje, rojo y erizado, pidiéndole a la gente que se retirara del lugar, mientras le daba una descarga desfibriladora a su usuario inconsciente y le salvaba la vida, subió las acciones de la compañía de manera espectacular.
Y en la vorágine del entusiasmo y el optimismo por el futuro virtualmente nadie sospechaba que esa sería una de las cincuenta maneras en que podríamos caer en el hiper-fascismo.
Tampoco sesenta años antes, cuando algunos neurocientíficos predicaban en el desierto la relación entre las sensaciones viscerales y la racionalidad, alguien podría haber sospechado nada.
Cuando en una reunión ultra secreta del directorio de la compañía se les reveló a los mayores accionistas que existía una brecha de seguridad en el software, se decidió que exponer a dos mil millones de usuarios a un pánico innecesario era cruel y podía poner en riesgo la situación financiera global. Los técnicos no tardarían en lanzar un parche de seguridad obligatorio que se transmitiría como un virus, literalmente, a través de todo el planeta, resolviendo este vergonzoso problema sin que nadie se enterara. En esa reunión mucha gente sospechó que esa podría ser uno de los primeros pasos hacia el hiper-fascismo.
En Chile quince millones de personas decían usar su Venom “casi todos los días” o “todos los días”. En Estados Unidos trescientos cincuenta millones de personas hubieran respondido la misma pregunta así.
Al final todos negaron enfáticamente haber estado detrás de la última actualización de seguridad. Un patrón casi imperceptible de estimulaciones en la superficie del cuerpo generaba respuestas más o menos predecibles en el comportamiento de los sistemas simpático y parasimpático de la sensación de las vísceras. Angustias más intensas, carcajadas y lágrimas de felicidad podían acompañar un video sin que se sintiera la manipulación. Usando inteligencia artificial para etiquetar los contenidos se podía asignar emociones concretas a temas específicos. Pero eso sería muy burdo.
Una serie de patrones casi imperceptibles que alteraban el funcionamiento del sistema parasimpático de la sensación de las vísceras podía generar también un sentimiento epistémico, como la sensación de certeza, o de duda. Nadie podía sentir la diferencia, y pocos podían dudar del control de sus propios pensamientos. Si todos hubieran sabido, muchos habrían sospechado que ese sería uno de los primeros pasos hacia el hiper-fascismo. Pero cuando lo supieron, sintieron dudas.
La respuesta era completamente impredecible. La complejidad del cerebro humano no permitía llegar a controlar la mente de una persona individual. Pero bastaba con un empujón en la dirección adecuada, y millones de personas, por el puro caos dinámico de la situación, quedaron metidas en un embrujo. La brecha de seguridad en el software estuvo abierta durante tres meses. Pero los efectos en las mentes duraron muchos años.